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Las ideologías y el destino de Venezuela


 

Los acontecimientos políticos de los últimos años han confrontado a los venezolanos a diferentes concepciones de la vida, nos ha puesto a todos frente a un espejo donde aparecen reflejadas las miserias y las virtudes de nuestra sociedad, nuestras debilidades, nuestros olvidos y nuestras fortalezas.

Si ponemos a 10 o 20 venezolanos distintos frente a ese espejo tal vez podríamos ver el rodaje fílmico de la novela que es nuestra historia, la historia de una sociedad que, entre tumbos y caídas, lucha desde su nacimiento como República contra las taras del autoritarismo, convertido en caudillismo, en militarismo y ahora en el peor ejemplo de totalitarismo corrupto que haya habido en el hemisferio occidental en los últimos siglos.

Son muchas las maneras de vernos en ese espejo, desde lo social, desde lo político, desde lo económico, desde lo popular y desde lo humano. Pero desde cualquier ángulo existen dos visiones de la vida que se confrontan constantemente, la que mira a la sociedad como un objeto de dominación y la otra, que entiende la sociedad como el instrumento de liberación y transformación de la condición de cada individuo, en la que pueda realizarse en libertad, entendiendo a la vez la responsabilidad que en esa transformación permanente, tiene cada uno. Es a partir de allí que nacen las tesis políticas que dominan nuestra sociedad y a las que ninguno podemos escapar porque van a la esencia del ser humano.

Durante largos años Monarca y Caudillo se confundieron en la misma figura, se personaje se encarnó en cada región: “el taita”, el hombre fuerte dador de bienestar a cambio de obediencia y sumisión. La sola voluntad del jefe dominaba la República, sin ley ni límites.

En su contra surgieron las incontables revoluciones del siglo XIX, pero con la gran contradicción de que todos esos jefes, en medio de un país de campesinos analfabetas y enfermos, enarbolaron ideas políticas que defendían las libertades y los derechos civiles, pero solo usaron el poder para beneficio propio y no para servir a la gente. A falta de ideas políticas y sociales, todos se arropaban con la figura de Bolívar Libertador, pero solo para asirse al poder. La idea democrática no era moneda corriente entre los gobernantes de la época. La preponderancia del jefe militar, del héroe de las batallas, el sentirse heredero de los libertadores de América y de Carabobo, prevaleció sobre la figura del político, del hombre de ideas, principios y valores.

Esta escena de la novela venezolana del Siglo XIX y buena parte del XX quedó prácticamente marcada en ese espejo en el que a veces no queremos vernos. El permanente atropello de los militares sobre la civilidad y la ciudadanía mancillando el sueño republicano.

Es solo a partir de principios del Siglo XX cuando una nueva generación de venezolanos logra plantearle al país una visión de Venezuela diferente. Si bien con los mismos ideales de los fundadores de la patria, lo hacen ahora a partir del pensamiento político, promoviendo tesis y planteamientos de conquista de los derechos civiles a través de los partidos políticos como elemento de conexión y promoción social y no como los seguidores del caudillo o del héroe militar.

Es una nueva escena, una imagen nunca vista en la pantalla de nuestra historia. Ciudadanos luchando por conquistar el poder a través del voto libre y directo de la gente común, del ciudadano de a pie en esa mezcla de fuerza mágica que une a la libertad con la igualdad. Más de 30 años tomó a los autores de ese guion ver la proyección de sus ideas hecha realidad frente al espejo de la historia para borrar casi por completo ese primer tiempo de caudillos y militares por encima del ciudadano.

Durante más de 40 años los venezolanos practicaron el acto democrático una y otra vez. Lo protagonizaron no solo en las urnas electorales, eligiendo prácticamente por primera vez presidentes de cualquier partido en alternancia, diputados, senadores, concejales, alcaldes y gobernadores sin necesidad de disparar un solo tiro. Lo hicimos en campañas cívicas y democráticas, lo vivimos en marchas de protesta, en cacerolazos, en divisiones partidistas, en renuncias a posiciones de poder, en juicios y en acuerdos políticos en las cámaras parlamentarias, en paros y huelgas, en columnas de opinión sin temor a ser perseguidos ni enjuiciados, en programas de humor y en manifiestos públicos, se ejerció y hasta se abusó de la democracia.

Esa fue la película en la que participaron los padres, los abuelos y los tíos de los cientos de miles de jóvenes que hoy resisten y protestan. Ése es el ideario democrático que transmitieron abuelos, padres, hermanos y tíos a quienes hoy exigen libertad y democracia, si no, no entenderíamos este fenómeno social de lucha por la democracia que asombra al mundo entero.

Fueron muchos los empresarios y apolíticos que decían que no se metían en política y les costaba denunciar al régimen, hoy la fuerza de la evidencia, los ha hecho entender que más que exigir medidas económicas y programas de ajuste, lo primero que hay que ser antes que empresario es ser ciudadano, que lo necesario es la democracia para poder pensar en la libre empresa y el desarrollo económico. Nada de eso existe sin un régimen democrático que respete la ley y los derechos civiles y que eso es una responsabilidad de todos, no solo de los políticos. No se puede poner la carreta delante de los bueyes.

Si damos una mirada rasante a la película completa, en estos últimos 60 años hemos visto surgir un nuevo país en la lucha por conquistar en medio las libertades democráticas, la conquista de sus derechos sociales, enfrentado a los fantasmas del peor pasado de violencia y abuso de nuestra historia.

Son dos tesis ideológicas, dos puntos de vista de la vida; el pasado militarista y autoritario, adornado de comunismo y corrupción, que solo busca someter a la sociedad y ponerla al servicio del régimen como escudo sumiso, frente a la fuerza de una sociedad que en los últimos 50 años creció en libertad y democracia, dueña de su destino y de una historia de lucha y progreso.

Los cambios sociales, son como los giros de un trasatlántico gigante, toman su tiempo para corregir el rumbo. No se trata solamente de fórmulas políticas o económicas, se trata del balance adecuado entre lo que llaman la derecha y la izquierda. El estatismo no resuelve los problemas del crecimiento social y mucho menos el libre mercado arregla los problemas de la desnutrición causada por un régimen que literalmente se convierte en el hambreador del pueblo.

Hoy más que nunca, es necesario lograr un balance entre la acción y las tesis del pensamiento político de la democracia moderna, un profundo entendimiento de nuestras realidades históricas y las fórmulas económicas que permitan diseñar una nueva etapa de la nación venezolana. No se trata de un simple cambio de gobierno, se trata de concertar un acuerdo nacional que escriba el guion de la historia venezolana de los próximos 50 años. Eso solo es posible con el consenso de las fuerzas sociales y económicas, guiados por el ideario político y democrático de la sociedad venezolana.

 

Gustavo Luis Velásquez Betancourt

Coordinador político adjunto

Coordinador nacional de los Movimientos Sociales

Voluntad Popular